La limpiadora pasó la mopa húmeda mientras me contaba que su
hija había regresado de León y el nieto venía con gripe de pasar frío por
aquellas latitudes. Me senté en la butaca frente a la puerta de la habitación que,
como siempre, dejaba abierta y entró a hacer el baño. Entonces lo vi pasar… Al
momento, regresó sobre sus pasos y se detuvo a consultar algo con una
enfermera. Su bata estampada con carteles de Toulouse Lautrec armonizaba con el
pijama de pentagramas y partituras. Me restregué los ojos. No pude calibrar si
sería un artista loco o un maduro en decadencia, pero era la primera cosa que
merecía mi atención después de cinco semanas hospitalizada.
Me atusé el pelo, quité el reposapiés y
encendí el ebook en un afán precipitado de hacerme la despistada y observarlo. Apenas
había terminado la parafernalia, nuestras miradas se cruzaron. Me saludó con una
leve inclinación de cabeza. Luego escuché que abría la puerta contigua a la
mía. ¡Oh cielos!, pensé, quizás no había sido un encuentro fortuito. Las
mariposillas me revolotearon como a una quinceañera y la imaginación se desbocó a
solo dos días para finalizar el año… ¿Continuaría hospitalizado en esa fecha? ¿Tomaríamos
las uvas juntos?
Bueno, no sé si los medicamentos… De lo que sí estoy segura
es de desearles a todos unas muy
¡FELICES
FIESTAS!
Pilar Cárdenes