A veces ocurre que las palabras con una cierta sonoridad no son
las que más nos sitúan en un plano de complacencia y de devaneo intelectual,
sino que también están las que nos eleva hacia una ambivalencia y displicencia.
Cogido de la mano va el que camina hacia la acción de escudarse en una
situación cómoda para mantenerse alejado del cumplimiento de otra: “el que se
hace el loco”, “eso no va conmigo”, “no se de que me hablan”, o “me lo llevo porque no se va a enterar”
Por estos lares hay cientos y cientos y más de cientos de
emboscados. Mundo virtual y real está a rebosar de comodones, quietistas por no
llamarlos de otra manera; personas “tras cortina” que siempre hacen mutis en el
foro: donde dije digo, digo diego. Personajes abundantes que ni siquiera son
capaces de abrir la boca aunque sea para emitir un quejido; sólo están
pendientes de mirarse en el espejo de otros a los que consideran sus
protectores y gracias a ellos malviven en estos y en otros territorios.
Pero ¡ojo al dato! Los emboscados cuando salen de su madriguera lo
hacen con altas dosis de soberbia que a ellos mismos les crea cierta alarma
porque no es la norma. Se sienten superiores. Generalmente ocurre cuando les han dado un papel de
protagonista circunstancial para que saquen pecho y mantengan el tipo. Sin
embargo, en esos momentos de cuasi esplendor es cuando más se quedan fuera de
juego, se sienten lejos de su sitio porque
que no están acostumbrados a ser personas de si mismo, sino eco de los demás.
El emboscado, en esa lamentable situación se encuentra difuminado
y por eso con disimulo dirige sus pasos a su madriguera donde reposa en el
silencio, la quietud y la degradación social. Ahí se encontrará perfectamente
bien ya que es el único dueño de su mundo miserable que sólo él sabe
administrar.
© Pilar Cárdenes