Llevo infinidad de internautas en la
bodega de mi casco hundido. Durante los primeros
tiempos de su estancia en la red, creyeron que el medio era amable con ellos.
Estos espectros se confiaron al tener todo a su disposición. Hubo quienes
pensaron en la posibilidad de experimentar una segunda vida al amparo del
anonimato, otros se introdujeron en chats y redes sociales abducidos por la
quimera. Soltaron amarras y entraron en aguas peligrosas, a la vez que
relegaban innumerables tareas inmediatas: relaciones sociales en persona,
familiares, sexuales e incluso otras de las que dependía su subsistencia.
También los hubo que se salvaron del naufragio; escogieron otro buque conscientes
de la vulnerabilidad de esta nueva manera de relacionarse. Entonces y ahora, surcan
los mares virtuales con cautela, sin sentirse abducidos por los últimos
sistemas de mensajería, o cualquier aplicación de las múltiples que aparecen
cada día. Avezados navegantes que manejan con destreza el timón, virando y
poniendo rumbo a otros mares cuando no están a gusto con los vientos que
soplan. Un vez izado el velamen, disfrutan el momento de la empopada hacia una
nueva aventura... ¿La última quizás?
Oleo 48x38 Isabel Ramirez, 1947 © Pilar Cárdenes